El Tour de Francia no es sólo competencia, es un festín de pasión sobre ruedas
El Tour de Francia es algo que cada amante de los deportes tendría que vivir al menos una vez. Esto es algo más grande, algo que va más lejos del deporte, como una gran reunión de familiares que comparten la misma pasión. No es raro ver cómo la gente se pone la camiseta de su equipo de fútbol favorito, pero lo del Tour es otra cosa. El ciclismo se convierte en el rey y lo experimentamos con un respeto y un cariño que casi no vemos en otros deportes.
En el Tour, se respira una cultura de ciclismo que es de admirar. Los fans, aunque tengas sus corredores preferidos, se dejan de gritos y malos rollos. Es el sitio para aplaudir el esfuerzo y la valentía de los ciclistas, hasta el punto de animar a los rivales. Eso sí que es deportividad y hace que el Tour sea mucho más que ganar o perder: es una celebración de qué tan lejos podemos llegar todos juntos.
La mezcla de culturas en el Tour
El Tour es más internacional de lo que pensamos, y eso le da un saborcito especial. Tenemos a los cicloturistas de Argentina, que se plantaron en Saint Michel de Maurienne, que está a unos 35 kilómetros del famoso Galibier. Estos cracks, que son más de fútbol, se las arreglaron para alquilar una autocaravana en Bolonia y vivir la aventura de subir los Alpes siguiendo los mismos caminos que leyendas como Pogacar y Vingegaard.
Cuando les preguntas ¿qué hacen aquí argentinos en el Tour? Te responden claro y fuerte: el ciclismo también es parte de quien son. Y es que antes seguían la Vuelta a San Juan en su país y ahora se lanzaron a cruzar el mar para sentir de cerca toda esa emoción del Tour.
Un encuentro que no olvidarás
Lo especial del Tour de Francia no es solo la competencia, es el ambiente que encuentras en cada lugar por donde pasa. Es la gente compartiendo historias, las cenas con ciclistas y fans hablando como si se conocieran de siempre. Esa imagen de un cicloturista cenando solito después de bajar el Galibier y esquivar la carrera, nos dice exactamente lo que es esto: una comunidad enorme unida por el amor a las dos ruedas.
Para los que de verdad aman el ciclismo y tienen al Tour de Francia en un pedestal, cada edición es un regalo. Y cada año, este evento sigue atrapando sus corazones y los de gente de todas partes, en una fiesta deportiva de las que no se ven a menudo.
Esta historia nos enseña de la energía que se siente durante el Tour de Francia, esa mezcla de culturas, de mucha emoción y de ese algo especial que tiene el deporte. Este tipo de eventos nos muestra lo bonito que es unir a personas de todos los rincones del mundo, donde lo que importa no es tanto ganar, sino estar y vivir el momento.
Más que nada, lo que podemos sacar del Tour es esa manera que tenemos los humanos de superarnos a nosotros mismos, de demostrar que no hay límite cuando hay voluntad y de encontrar lo bonito incluso en el camino más duro. Y eso, amigos míos, es algo que no se ve todos los días.
"La bicicleta es un vehículo de curiosidad", afirmaba Gianni Rodari, y es que el ciclismo, especialmente en eventos como el Tour de Francia, despierta un interés que va más allá de la competición misma. Es una pasión que une a personas de diferentes culturas y latitudes, como lo demuestran esos cicloturistas argentinos que, lejos de su tierra y su deporte rey, el fútbol, han encontrado en el Tour una nueva forma de vivir el deporte. El ciclismo se convierte, así, en un idioma universal, donde la emoción y la admiración por el esfuerzo se comparten sin barreras. No hay espacio para la violencia, sino para la admiración y el apoyo, incluso hacia el rival. En el Tour, como en la vida, el respeto y la pasión por lo que uno ama son los verdaderos protagonistas.