A veces es difícil ponerse de acuerdo sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, sobre todo cuando hablamos de un país entero. John Banville, el escritor al que quizás conozcas, ha dicho cositas sobre Irlanda y Europa que nos dan qué pensar. Y mira por dónde, que no es solo él, en España también hay debates que no se acaban más sobre si este o aquel pedazo de tierra debería ser su propio jefe. ¿Qué opinarán al final? ¿Y cómo lo solucionarán? Aquí van algunas ideas, aunque te advierto, no esperes soluciones mágicas.
El tema de quiénes somos y qué queremos ser como país ha estado en boca de todos últimamente. **John Banville**, este escritor de Irlanda, ha estado hablando de que quizás allá en su tierra tendrían que pensar más en ser parte de Europa y menos en lo chulo que era antes cuando los campos eran lo más importante. Bueno, no exactamente así, pero sí en esa idea.
En otro lugar, pero no tan lejos, en España, hay quienes piensan en grande, o en pequeño, depende de cómo se mire. Resulta que en León están pensando en convertirse en su propia autonomía y dejar de ser apenas una parte de Castilla. Es un lío de no parar con la política y la idea de cada uno queriendo ser más él mismo dentro de un país que es un cajón de sastre de lenguas y costumbres.
Entre aspiraciones europeas y tradiciones locales
Hablando de **Banville** otra vez, el hombre cree que las naciones como la suya tendrían que mezclar su identidad nacional con la de Europa. No sé, suena bien, pero a la vez es complicado con la historia y la cultura pegada a los huesos como en Irlanda, donde aún se celebra lo tradicional, como los segadors y aizkolaris que son como símbolos de sus raíces.
España y su puzzle de identidades
Ahora volvamos a España, que es otro mundo con idiomas para dar y regalar, y tradiciones que ni te cuento. Lo de León es solo un hilito de todo el tejido que están tratando de armar entre autonomías y quién es quién. A veces suena a show, pero otras veces se siente de verdad, el asunto de ser uno mismo dentro de un país.
Ser variados pero también uno solo
El tema de la abundancia cultural no es cosa de juego, que hasta los quesos tienen su personalidad propia. Esto hace que pensar en ser un país entero y unido sea más difícil. Los del Partido Popular (PP) en España saben bien de esto y tienen cada quien su opinión sobre cómo manejar tantas lenguas y culturas. Algunos quieren que todos seamos más iguales y otros, como Feijóo de Galicia, hablan de un bilingüismo sin complicaciones. No es fácil poner de acuerdo a todos, y así es como cada uno dentro de un mismo partido tiene su propia receta para hacer un país que se entienda a sí mismo.
Pues sí, tanto en Irlanda como en España, las discusiones de quiénes somos y de qué lado vamos están dando mucho de qué hablar. Y mientras nos ponemos a pensar en el ayer y en lo que vendrá, este asuntillo de qué tanto somos diferentes y qué tanto queremos estar juntitos sigue dando vueltas.
Piensa bien las cosas y mira bien por dónde vas, especialmente cuando escuches de esos rumores y chismes, que ya sabes cómo es la gente para inventar.
Nos toca entender que el orgullo por lo nuestro y buscar cuadrarse con otros, como sugiere Banville para los irlandeses con Europa, es un trabajo en equipo. Y en esto de la política, que al final es como un espejo de lo que somos todos, tenemos que lograr que el respeto y la inclusión sean quienes manden. Con todo esto de culturas y regiones queriéndose llevar bien, al final lo que buscamos es cómo hacer un país a toda prueba, que dé la talla ahora y más delante. Así que, ya sabes, la política es... bueno, la política.
"La diversidad es un hecho; la división, una elección", podría parafrasear el pensamiento de Edward R. Murrow en el contexto de la España contemporánea. La confesión de John Banville sobre su inquietud frente al rebrote identitario irlandés es un eco de un fenómeno no exclusivo de la isla esmeralda, sino que resuena con fuerza en la península ibérica. La aspiración a la europeidad choca con la realidad de una España mosaico, donde cada pieza parece anhelar su propio cuadro.
La ironía de la situación no escapa a nadie: mientras Europa busca la unión, sus regiones buscan la singularidad. Y en este juego de identidades, España se convierte en un tablero donde se mueven piezas de un ajedrez que parece no tener fin. La posible separación de León de Castilla, avalada por el PSOE, no es sino un capítulo más de este serial que, lejos de aburrir, alimenta el espectáculo nacional.
José Luis Garci reflexionaba sobre el poco amor que los españoles parecen tenerse entre sí, y tal vez ahí radique parte del problema. De Gaulle, con su famosa pregunta sobre cómo gobernar un país con 246 variedades de quesos, nos dejaba entrever que la diversidad puede ser tanto una riqueza como un desafío.
En España, la riqueza lingüística y cultural es innegable, pero también lo es la tendencia a la separación, a veces más mediática que real, a veces más profunda y dolorosa. Como periodistas, observamos este baile de identidades y autonomías con la perspectiva de quien sabe que, más allá de la anécdota o la polémica del día, hay una búsqueda constante de un lugar en el mundo que cada comunidad considera suyo por derecho.
En este contexto, las palabras de Feijóo sobre el "bilingüismo cordial" y la tensión entre unidad y diversidad en el seno del PP son más que una estrategia política: son el reflejo de una sociedad que se debate entre la uniformidad y la singularidad, entre el ser más y el